Ser la primera en entrar a mi instituto es todo un lujo. Se respira paz y tranquilidad, cosa que a lo largo del día es imposible sentir. Entré en la clase, una clase oscura, vacía, 35 mesas vacías, 35 mesas que a lo largo del día son todas ocupadas. Sí, un auténtico caos. Las clases transcurrieron bastante rápido, se hicieron amenas, a pesar de ser tanta gente en una misma clase hay muy buen rollo entre nosotros y las risas diarias están aseguradas.
Llegan las 14:05, hora de irse a casa. Como cada día me fui hasta mi parada y allí esperé 20 minutos, 20 minutos de frío y congelamiento absoluto. Al fin se ve mi bus, 14:30, otra media hora de trayecto, pensé que tenía que relajarme un rato, así que enchufé mis cascos al ipod, me puse cómoda y en un abrir y cerrar de ojos estaba en mi parada. Cuando me dirigía a mi casa me acordé, el pan. Me di media vuelta y fui a la tienda. Como siempre el pan recién sacado del horno, calentito, y a mi gusto, me decidí por la más blanquita, pagué y me fui a mi casa. Son las 15:00, por fin llego a casa, descargo y me dirijo hacia la cocina, ¿qué habrá de comida?. Para saberlo lo único que tenía que hacer era abrir el microondas, así que lo hice, ahí estaba, mi plato de macarrones con tomate y salchichas, tapado con la tapa para calentar, como me lo prepara siempre mi madre. Lo calenté, comí, recogí y me puse a hacer deberes. Al rato ya había terminado, así que encendí el ordenador. Novedades, música, risas con mis amigos. Son las 9 de la noche, voy a cenar, como siempre a esta hora. Como siempre. ¿Por qué me gusta tanto la rutina?
Yaii
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